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Los nervios pesan y Artaud, el desmesurado, lo sabía. Hay cabellos de dios en el prostíbulo y Leautréamont lo sabe. Hubo berlinas detenidas en lo secreto de la noche, y Milosz, ya en su tiempo, lo contaba. Hugo gallinas en los cementerios, cuervos en los trigales, minotauros, leprosos, parturientas, ahorcados en la Torre de Nesle, enanos góticos como Scarbó, y un misógino loco en el castillo de Braganza. Hubo, al menos, tres estupendos alucinados; uno era un Rey; otro, Alonso Quijano y, el tercero, un marqués sifilítico que estudió los rebrotes de la crueldad. Y luego vengo yo, que como gallina en pepitoria y eructo sin piedad contra el rostro pulido de la luna.
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