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El vértigo de un tiempo que se devora a sí mismo · Blog Eterna Cadencia

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FALSO CONTACTO
 Ana Ojeda
   21x14 cm, 160 Pag.
   Rústica con solapa

   MC diciembre 2012
El vértigo de un tiempo que se devora a sí mismo · Blog Eterna Cadencia
@ Javier
29/11/2013

http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2012/26714

20/12/2012 · Blog de Eterna Cadencia

El vértigo de un tiempo que se devora a sí mismo, por Miguel Vitagliano

"Todas las vidas son extraordinarias si nos detenemos a escucharlas". Miguel Vitagliano presentó la novela Falso contacto, de Ana Ojeda, en la Librería Hernández en el marco de las actividades por la Noche de las librerías.

He estado muchas veces en la puerta de Librería Hernández, viendo, esperando, caminando, a veces corriendo por la calle en alguna marcha mientras la policía subía a las veredas con los caballos, sí, paseando también con los más diversos estados de ánimo, con distintas edades en la piel y en los ojos a lo largo de más treinta años, con distintas intensidades de la luz y de color en el aire; pero es la primera vez que estoy sentado en la puerta de Hernández, en la vereda, hablando de literatura. Pienso que todas las veces anteriores fueron una preparación para esta ocasión, una situación inmejorable, sin duda, porque vamos a hablar de la novela Falso contacto, de Ana Ojeda, que nos propone una historia que está íntimamente vinculada con las razones de por qué podemos estar todos aquí, hoy. Es decir, que tiene tanto que ver con estar juntos en la calle.

Los personajes de Falso Contacto van armando distintas familias, a lo largo del siglo XX, familias de inmigrantes italianos, judíos, españoles y japoneses, sobre todo italianos y judíos, y que a principios del nuevo siglo, 2001, los nietos de aquellos pioneros quieren emprender el camino inverso. Es decir, irse hacia Europa como cien años antes sus abuelos o bisabuelos quisieron venir hacia América.

Falso contacto es la historia de una insistencia, de aquello que no ha dejado de repercutir en el interior de cada una de nuestras vidas para hacer de nosotros lo que queremos ser. Individuos hechos del barro colectivo. Si estamos aquí es por la tierra y el agua que pisaron todos los otros, historias tan disímiles como las que leemos en la novela de Ana Ojeda, y que resultan tan ajenas como entrañablemente propias. Y estamos acá, insisto, está noche, hablando de una novela que cuenta esas historias por lo que esas vidas han hecho. Una mujer sola y embarazada debe parir a su hijo en un prostíbulo y aprende de otra mujer que el poder no es otra cosa que tener la facultad de imponer condiciones a los otros. Un anarquista abandona a la mujer que ama porque se niega a atarse a los valores pequeños burgueses, y así y todo jamás olvidará a esa mujer.  Un joven biólogo se dispone a cruzar el mundo tratando de alcanzar la voz desesperada de una mujer. Un periodista de un diario cruza la ciudad como si fuera un mundo ajeno para llegar cuanto antes a la que fue la casa de sus abuelos porque le han contado que hay un ocupa. Una familia de editores, vinculada a la propia historia de César Tiempo, enseña a leer a una joven inmigrante italiana que hace la limpieza en una librería por donde pasarán Nicolás Olivari y Raúl González Tuñón. Una pintora sin un peso en el bolsillo y con hambre en medio de la crisis de 2001.

Todas las vidas son extraordinarias si nos detenemos a escucharlas. Ese desconocido que está ahora mismo junto a nosotros hace menos de diez horas ha soñado con volarse la cabeza. La mujer que ahora se cruza de piernas es la hija de otra mujer que cortó los vínculos con toda la seguridad que tenía a su alcance para conservar de su lado la dignidad de sus decisiones. Otro, el que parece más serio y ofuscado por los tristes avatares de la justicia, la tarde anterior esquivó la mirada para no ver cuando golpeaban a una adolescente. Uno acaba de cruzarse en la esquina con una mujer que habría podido ser su hermana y ninguno de los dos siquiera lo sospecha. Un mendigo recibe una limosna de un hombre que el azar de cinco minutos hace cuarenta años no hizo que fuera su padre.

No hay una sola vida que no sea extraordinaria, ninguna vida que no sea responsable por lo que sucede con cada una de las otras. Esa es, considero, la más bella aventura de lectura que nos propone Ana Ojeda en Falso Contacto. Proponernos como lectores de aquellos detalles que se traga el vértigo de un tiempo que se devora a sí mismo. Proponernos el riesgo de abandonar la inmediatez del instante para someterla al peso de la historia. Invitarnos al deletreo de cada gesto de distintos tiempos -desde las maneras de reír y sufrir a los usos de las vestimentas-, y sobre todo enfrentarnos a la extrañeza de lo que nos es tan propio, a través de las distintas entonaciones del rioplatense, cruzadas con las distintas entonaciones del italiano.

No he dejado de mencionar retazos de las vidas de los personajes de Falso contacto, pero prefiero no decir quién de todo ellos es Uma, Quimey, Nacho, Odiseo, Yoshi, Carmen, Genoveva... El lector que se ha entregado a la aventura se resiste a interferir en la aventura que harán otros. Eso es cierto, sin duda.

Pero, además, hay otro motivo y alude a la historia misma de lo que llamamos novela, un género que ha sido formado a la par de la experiencia urbana y que, a la vez, es su contracara más perfecta. Porque en las ciudades no dejamos de encontrarnos constantemente con  individuos a quienes vemos por primera vez, cada uno de nosotros es parte de un todo anónimo que se mueve y anda por ahí, y las novelas en cambio nos presentan la contracara, la certeza de que cada uno de los personajes se vinculará con los otros que habitan las mismas páginas, lo que es decir que sus vidas serán tramadas. Falso contacto  asume el riesgo de esa tensión como su propio principio, nos acerca a las vidas tan únicas de sus personajes que luego se descubrirán pobladas de otras soledades.

¿Cómo no pensar que en esa tensión entre lo único y lo múltiple, entre lo que se lee aislado y lo que se lee tramado, no se propone una manera de concebir el arte de la novela? Lo mínimo individual o lo deslucido resultan invisibles en la experiencia cotidiana, nadie se detiene a observar lo que no ve o lo que cree que nadie ve, es la literatura la que produce un corte en la opacidad de lo que damos por naturalizado para redimir la potencia de lo fue invisibilizado. La novela de Ana Ojeda asume el riesgo de conducirse en esa dirección, y eso mismo ya está presente en el título. Un "falso contacto", así, todo junto, es una alusión a una cortocircuito eléctrico que puede ocasionar, digamos, un incendio. Un giro que, al deletrearlo, no deja de ser extraño, porque acaso sería más apropiado decir que se trata de un contacto equivocado o fallido entre cables, ¿verdad? Fuera del campo eléctrico de los cables y entrando a la ciudad de los individuos, el "falso contacto" alude a lo inauténtico, a la postergación de un encuentro, que es justamente aquello de lo que nos habla Ana Ojeda en su novela a través de los vínculos entre sus personajes, pero sin perder el componente "eléctrico",  es decir, sin perder la idea que llevamos grabada del cortocircuito porque es imposible descargarnos del pasado, porque nadie puede regresar al momento previo de la pérdida de la inocencia, a la pura naturaleza, así como es imposible "encruceder" lo que ya ha sido "cocido", lo que a lo sumo se puede hacer, y acaso es lo que la literatura consigue como ningún otro discurso, como lo muestra Ana Ojeda en su novela, es señalar ese recorrido y comprometer nuevas posibilidades. Es decir, Falso contacto no nos consuela con las redes familiares de lo que fuimos o lo que somos, si por un lado nos deja entrever las razones de por qué podemos estar acá, hoy, reunidos, lo más potente es que nos invita a reflexionar dónde y cómo deberíamos estar en todos y cada uno de los días que están por venir.

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